martes, 11 de enero de 2011

Hay algo en el pecho,
entre el alma y la poesía,
que no me está dejando en paz.
Hay la sensación de inercia,
hay la culpa.
La noche se me presenta
como damas blancas
que viven en mis espaldas.
La noche me aprieta el pecho
con el amor pasado, dolido,
con el amor de alfileres vudú.
Hay la certeza de que Buenos Aires
me llena
[soberanamente] el alma
cuando no estoy habitándola.
Hay el saber que si vuelvo a ver el río,
puedo enamorarme de él,
y me dolería el pecho, no de culpa,
no de celos, no de poesía.
El alma se me rompería de amor.
Estoy en condiciones de afirmar
que Buenos Aires es una dama
muy preciada como para serle fiel.